lunes, 23 de junio de 2008

Ayer, cuando escribía sobre la violencia de genero, pensé en ti y reconozco que sentí asco. Asco, repugnancia y rabia. No te conozco y ni ganas. O tal vez si te conozco y lo ignoro. A lo mejor eres el chico sonriente de la tienda, o el amable señor del kiosco que ya me tiene el periódico preparado cuando me ve llegar, o el camarero que sabe ponerme la cerveza con la espuma justa, o el joven soñoliento con el que comparto muchas mañanas el vagón de metro. Seguramente seas, a nuestros ojos, un tío amable y pacifico. ¿Sí, verdad? entonces ¿que te pasa cuando cruzas el umbral de la puerta de tu casa? ¿que te transforma en un ser desalmado y violento? ¿que te empuja a levantarle la mano a tu compañera, a marcar cada centímetro de su cuerpo con tus golpes? ¿que demonios te hace terminar con su vida? Porque es su vida ¿sabes?, no es tuya y no tienes ningún derecho a arrebatársela. He oído mil excusas para intentar, en vano por supuesto, disculpar tus actos. Por que no, no tienes justificación alguna. Me da igual que sea por celos, por problemas, por nervios, por desesperación, porque te provoco, porque se te cruzaron los cables…y todas esas estupidas excusas que pones.
No quiero ser injusta contigo que tal vez reconoces que tienes un problema y pides ayuda: aquí tienes nuestra mano. Pero manos para ayudar, nunca para golpear, ni las nuestras ni las tuyas.
Pero a ti...a ti que te regodeas en tu poder, que crees que se lo merece, que no entiendes la pareja sin golpes, que consideras que ella es de tu propiedad...a ti te desprecio, te aborrezco, y te deseo todo el mal del mundo. Me causas asco y si no me permito odiarte es porque no quiero ser como tú. Ojalá te pudras, a ser posible en la cárcel. Y así tal vez ella encuentre un poco de esa paz que le has ido arrebatando a golpes

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