Si paseas alguna vez por la calle Serrano de Madrid, a la altura del número 13 sentirás que algo, alguien, te susurra, te llama insistentemente y, sin saber como, dirigirás tus pasos hacia un imponente edificio, cuyas puertas están custodiadas por dos arpías, animales fantásticos que, como soldado valiente y aguerrido que simbolizaba en la antigüedad, vence al enemigo, en definitiva, protege su territorio de aquellos que quieren mancillarlo. Una vez que estos protectores te dejan pasar, pues saben que estás oyendo la voz, ya no habrá vuelta atrás y te verás sorprendido en un torbellino de belleza, simbolismo, rituales que te llevarán, sin solución de continuidad, hasta el origen de la voz que te llamó. Esa voz aterciopelada, sensual pero firme, dulce pero enérgica… la voz de la Dama que, desde su vitrina, vigila a todo aquel que entra en el edificio que la custodia para las generaciones venideras: el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Desde su privilegiada posición, centro de todas las miradas y, a su vez, ella misma protectora de todo lo que le rodea. Y cuando estás frente a ella, te das cuenta de lo pequeño que eres, de lo mucho que te queda por aprender, de todo lo que eres capaz de escuchar y crecer, del esplendor de aquellas gentes de las que provienes.
Ella te mira, con sus ojos almendrados, que recuerdan a las grandes Korai griegas, y pierdes la noción del tiempo y del espacio. Y cuando te empieza a hablar sobre ella y sobre aquellos que le dieron forma, el aire apenas entra en tus pulmones
"Fui esculpida en tierras ilicitanas, mi casa fue el pueblo que ahora denomináis L´Alcudia. Allí, manos expertas, moldearon un bloque de caliza hasta que el cuerpo de una mujer con ricas vestimentas y delicadas joyas quedó terminado. Era yo… sí, no te sorprendas viajero, en origen tuve un cuerpo, no recuerdo bien si estaba sentada o de pie, disculpa el vacío sobre esa parte de mi vida, pero los siglos no pasan el balde, ten en cuenta que estoy aquí desde el siglo IV a.C., son muchos años y muchas visicitudes las que he pasado hasta llegar a este momento.
Fui concebida para proteger a un difunto y, con mi poder de diosa, de Dama influyente, ayudarle a llegar al más allá y disfrutar de la vida que nuestros dioses nos ofrecían, por eso tengo esa oquedad en la parte posterior de mi cuerpo, justo en mi espalda. ¿Quién eres, dices?... soy una diosa, una gran Dama, una aristócrata… sólo yo lo sé, pero no te lo diré pues si tienes curiosidad por mi tendrás que averiguarlo; únicamente te diré que no te arrepentirás si lo intentas, no te voy a defraudar. Sólo te voy a dar una pequeña pista para que sigas interesándote: En los últimos momentos de mi vida, aquellos entre los que había convivido, me escondieron, manos piadosas me sacaron de aquel lugar al que estaba destinada y me hicieron un escondrijo para que las ordas bárbaras que nos atacaban no mancillasen mi persona. En ese escondite, fabricado de losas hincadas en las arena me colocaron y, para no sufrir daño alguno, me recubrieron de la fina arena de playa que trajeron de la costa… y allí permanecí, oculta a todos hasta hace poco, para mi poco. Un día, recuerdo que hacía mucho calor, sentí como alguien caminaba muy cerca, demasiado cerca y, de repente, voces, alboroto y algunas manos empezaron a quitarme el peso de la arena de playa que me había acompañado durante tanto tiempo. Luego supe que ese día era un cuatro del mes llamado agosto, de un año…. Sí! 1897 era. Las imágenes de ese momento van viniendo… me miraban sorprendidos, asustados, pero con respeto…. No sabían nada de mi ni de quienes me habían traído a la vida, pero sabían que estaban ante alguien importante. Me llamaron la “Reina Mora” no sabía porqué, aunque luego me enteré que era por mis adornos, parecidos a los de las mujeres árabes que habían poblado estas tierras después, mucho después que yo y que dejaron constancia de sus costumbres. Fui la gran noticia del momento, un fenómeno inusual en esas tierras tranquilas. Todos querían verme, incluso un hombre que hablaba un idioma diferente al que yo estaba acostumbrada y que tenía un nombre gracioso, nunca lo olvidaré: Pierre Paris. Él supo que yo era algo grande, muy grande y consiguió arrancarme de mi tierra dorada para llevarme a su país, a su gran museo y allí permanecí, de nuevo, largo tiempo, hasta que pude regresar a mi tierra. Los motivos del regreso no fueron los mejores, pues fui moneda de cambio, me utilizaron para un programa político que yo no entendía y eso me enfureció, pero lo importante es que volvía a ver que mi sol volvía a acariciar mi rostro, y después de una estancia en un edificio cercano a este, donde hay grandes cuadros pintados por manos expertas y piadosas, vine a este lugar, mi hogar desde hace tiempo y en el que estoy acompañada de mi gente, de aquellos que convivieron conmigo en el mismo tiempo aunque no en el mismo lugar, pero eso no importa. Todos juntos somos una fuente inagotable de conocimiento que, por nosotros mismos –aislados- no tenemos, pero aquí reunidos realizamos la importante misión de dar testimonio de nuestra civilización, que te ha precedido, y podemos enseñarte mucho, más de lo que imaginas… ¿Te apetece seguir descubriendo?..."
El Museo Arqueológico Nacional de Madrid está ahora mismo inmerso en un proceso de remodelación integral. Sin embargo las salas del mundo Ibérico, donde se encuentra la Dama y otras muchas piezas de importancia incalculable están a tu disposición.
Dirección: C/ Serrano, 13 (Madrid) Página web: http://man.mcu.es/
lunes, 23 de junio de 2008
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