Llevas días trabajando, desde las 7 de la mañana hasta las 3 de la tarde, más tiempo no, porque el sol de justicia que cae en estas tierras castellano-manchegas es demasiado fuerte para que nadie esté a pie de cuadrícula. Pero justo antes de dejar el trabajo porque el calor ya es sofocante, tanto que ni siquiera las chicharras se atreven a cantar, das con algo; la piqueta no se ha hundido como en otras ocasiones en la tierra seca, sino que ha dado en algo más duro, más resistente… y es ahí cuando el corazón se te sube a la garganta porque sabes que estás a punto de ver y tocar algo que desde hace mucho tiempo ni nadie ha visto ni nadie ha tocado. Pero tienes que dejarlo, el resto del equipo vuelve a la caseta a dejar los trastos y a comenzar a cargar en los vehículos lo hallado ese día para, por la tarde, dedicarse en el laboratorio a su lavado, siglado, dibujado, fotografiado, etc… y tú no te quieres ir, sabes que tienes algo grande entre manos, pero la paciencia es una gran virtud y a regañadientes, te levantas, te sacudes la tierra y el polvo que te recubre y, apesadumbrado, te das la vuelta, montas en el coche y te alejas de tu sueño.
La noche hace ya tiempo que ha caído, pero tú no puedes dormir. A pesar de que el resto del día ha sido de intenso trabajo de laboratorio, no has podido despegar tu mente de ese pedazo de tierra que aún se resiste a entregar lo que guarda, aunque estás completamente seguro que mañana será el día de tu victoria.
A las 7 estás de nuevo allá, para enfrentarte al reto de rescatar, como en otras ocasiones, un pedazo de la historia. Pero esta vez es distinto, no sabes porqué, pero lo es aunque… realmente, cada momento es distinto y especial en sí mismo. Nunca logras acostumbrarte y cada pieza, cada estructura que vas descubriendo hace que la adrenalina corra desbocada por las venas. Coges un pincel y una espatulilla y te diriges a tu objetivo; te arrodillas y empiezas la tarea de apartar la tierra que recubre aquello que está escondido…. La paciencia, recuerda, es una virtud que, junto a la templanza y la concentración, harán que el dolor de piernas, el sudor corriendo por tu espalada y el sol golpeándote la nuca merezcan la pena.
El color marrón y los granos de tierra dan paso a lo que parece un color negro de pintura sobre un objeto…. Sigues con el pincel y la espatulilla, sigues descubriendo lo que parece una cerámica, pero aún no sabes de que tipo y has estado a punto de emplear las manos para apartar bruscamente la tierra y desenterrar completamente aquello, pero, una vez más te controlas, porque sabes que eso es lo peor que puedes hacer y sigues con el pincel, con el cepillo….Llevas tres cuartos de hora, la operación está siendo difícil porque la pieza es muy delicada; está casi desenterrada y ya sabes lo que es. Ese momento, ese instante en que los conocimientos adquiridos después de años de estudio y lectura dan su fruto ha sido como si el mundo se parase a tu alrededor y sólo existierais tú y tu hallazgo. Sonríes y para tus adentros, antes de darlo a conocer al director y el resto del equipo dices: “un Kylix” y mentalmente recuerdas que un Kylix es una copa de cerámica, trabajada con gran mimo, griega de pie bajo y ancha boca, con dos pequeñas asas, utilizada en el rito del vino. Y tienes una de esas maravillosas piezas que todos hemos visto en los museos ante tus ojos. Y no puedes o no quieres resistir la tentación de imaginar las últimas manos que la agarraron, los últimos labios que se acercaron a su borde y el último vino que se derramó en su copa…. Es, simplemente, espectacular. Acabas de hallar un tesoro, una magnífica pieza que siglos atrás alguien dio forma, decoró, transportó y vendió. Tus manos se posan donde lo hicieron otras con una diferencia de más de 20 siglos. Ese momento es único. Te sientes orgulloso de tu trabajo, aunque sea duro, penoso y desconocido.
La noche hace ya tiempo que ha caído, pero tú no puedes dormir. A pesar de que el resto del día ha sido de intenso trabajo de laboratorio, no has podido despegar tu mente de ese pedazo de tierra que aún se resiste a entregar lo que guarda, aunque estás completamente seguro que mañana será el día de tu victoria.
A las 7 estás de nuevo allá, para enfrentarte al reto de rescatar, como en otras ocasiones, un pedazo de la historia. Pero esta vez es distinto, no sabes porqué, pero lo es aunque… realmente, cada momento es distinto y especial en sí mismo. Nunca logras acostumbrarte y cada pieza, cada estructura que vas descubriendo hace que la adrenalina corra desbocada por las venas. Coges un pincel y una espatulilla y te diriges a tu objetivo; te arrodillas y empiezas la tarea de apartar la tierra que recubre aquello que está escondido…. La paciencia, recuerda, es una virtud que, junto a la templanza y la concentración, harán que el dolor de piernas, el sudor corriendo por tu espalada y el sol golpeándote la nuca merezcan la pena.
El color marrón y los granos de tierra dan paso a lo que parece un color negro de pintura sobre un objeto…. Sigues con el pincel y la espatulilla, sigues descubriendo lo que parece una cerámica, pero aún no sabes de que tipo y has estado a punto de emplear las manos para apartar bruscamente la tierra y desenterrar completamente aquello, pero, una vez más te controlas, porque sabes que eso es lo peor que puedes hacer y sigues con el pincel, con el cepillo….Llevas tres cuartos de hora, la operación está siendo difícil porque la pieza es muy delicada; está casi desenterrada y ya sabes lo que es. Ese momento, ese instante en que los conocimientos adquiridos después de años de estudio y lectura dan su fruto ha sido como si el mundo se parase a tu alrededor y sólo existierais tú y tu hallazgo. Sonríes y para tus adentros, antes de darlo a conocer al director y el resto del equipo dices: “un Kylix” y mentalmente recuerdas que un Kylix es una copa de cerámica, trabajada con gran mimo, griega de pie bajo y ancha boca, con dos pequeñas asas, utilizada en el rito del vino. Y tienes una de esas maravillosas piezas que todos hemos visto en los museos ante tus ojos. Y no puedes o no quieres resistir la tentación de imaginar las últimas manos que la agarraron, los últimos labios que se acercaron a su borde y el último vino que se derramó en su copa…. Es, simplemente, espectacular. Acabas de hallar un tesoro, una magnífica pieza que siglos atrás alguien dio forma, decoró, transportó y vendió. Tus manos se posan donde lo hicieron otras con una diferencia de más de 20 siglos. Ese momento es único. Te sientes orgulloso de tu trabajo, aunque sea duro, penoso y desconocido.
Ahora queda el no menos delicado trabajo de consolidar ese bello objeto para que no se rompa, para que sufra lo menos posible en su nueva vida y poder trasladarlo al laboratorio donde restaurarán todo su esplendor antes de que todos podamos verlo y, gracias a él, visitar las antiguas culturas que le vieron nacer.
3 comentarios:
Eso es un arqueólogo, y no lo que pintan pelis como "Indiana Jones"
Realmente es un trabajo desconocido, gracias por mostrarnoslo
Besos¡¡¡
Para mi que sería mala arqueóloga... lo de la paciencia, templanza y ... tengo que entregar lo que encuentro???? ja, ja....
Bonito relato, me has mentenido con la intriga viva hasta el final.
Poderse transportar en el tiempo y cerrar los ojos e imaginarse 20 siglos atrás, es una gran recompensa al pesado y árduo trabajo realizado hasta su hallazgo.
Me imagino que la sensación que se debe sentir cuando gracias a tu trabajo se recuperan vestigios, cultura, debe ser como cuando tenemos por primera vez a nuestros hijos en nuestras manos: dependen tanto del trato que les demos!.
En ambos casos hay lo mismo: cariño.
profesion estimada y envidable.
un saludo
AH!, y Bienvenido a esta parte de la blogosfera.
Te ha quedado chulo el blog.
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